Por Ricardo Nanjari, ingeniero civil industrial (PUC) y coach ontológico Senior (NC). Actualmente director de personas en la Universidad Alberto Hurtado.
Mi historia laboral como gerente de recursos humanos, ha estado vinculada a empresas donde la rentabilidad y la productividad son muy importantes, donde la competitividad es fuente de crecimiento de las organizaciones, donde la solidaridad se vive como algo personal y ajeno al lugar de trabajo. En ellas, se premia el éxito individual y el desempeño, se buscan los mejores talentos y se privilegia el liderazgo. Estos procesos van generando culturas individualistas.
A la pregunta, ¿qué es la solidaridad en el contexto laboral? La primera respuesta que me aparece es la siguiente: “solidaridad es el cómo poner el bien común por sobre el individual”. Entonces, ¿cuál será el incentivo para un trabajador de poner el interés común por sobre el propio? Para unos puede ser buscar las mejores condiciones para todos los integrantes por igual, tanto en remuneraciones como en beneficios, (por ejemplo para los sindicatos). Para otros, puede ser entregar condiciones dignas de trabajo, remuneraciones justas y posibilidades de desarrollo, (por ejemplo para la dirección).
Esto último, está más cercano al concepto de subsidiariedad, un principio de filosofía social que se relaciona con el poner la toma de decisiones en los niveles adecuados, apoyándose en la libertad y en la iniciativa personal, dignificando de este modo a la persona.
La subsidiariedad (importancia del bien personal) y la solidaridad (importancia del bien de todos), se complementan. Es más, no puede haber una sin la otra y ambas contribuyen al desarrollo humano integral. Una cultura que desarrolla la subsidiariedad y es poco solidaria, se vuelve individualista. Ahora bien, ¿cómo ir más allá e incorporar en una organización el valor de la solidaridad? Las organizaciones que construyen solidaridad sin subsidiariedad se arriesgan a crear culturas marcadas por la conformidad y la centralización excesiva. Se trata de una solidaridad impuesta y muchas veces nace sólo para crear una imagen positiva. La verdadera solidaridad conduce al desarrollo sustentable, por ello el punto de partida es generar identidad, con trabajos centrados en las personas, sin perder de vista el todo, promoviendo el desarrollo de los colaboradores, creando confianza y fomentando la participación.
Esto también tiene que ver con derechos y deberes. Sin deberes que nos vinculen con la comunidad, los derechos generan individualismo. Sin derechos que afirmen la dignidad de las personas, los deberes se convierten en obediencia ciega. Los deberes con la comunidad, se desarrollan creando una identidad compartida.
A partir de ello, ¿cómo puede entonces la organización promover la solidaridad en sus trabajadores? Con una identidad compartida, donde todos formen parte importante de ella, dueños y trabajadores. Donde el valor de la solidaridad se exprese en el día a día en forma participativa, (no sólo como herramienta de marketing). Donde se fomenten los valores tales como el respeto y la honestidad, y líderes con actitud de servicio. Donde los objetivos de la empresa estén en sintonía con los intereses de las personas, con misiones, visiones y estrategias concretas y conocidas por todos. Donde no existan privilegios sólo para algunos.
Cuando un trabajador tiene un problema, surge la solidaridad en forma espontánea y todos los demás van en su ayuda. ¿Cómo transformar ese sentimiento en algo permanente que vaya más allá de lo circunstancial? Tal vez, generando conciencia de cómo el todo afecta a las partes, promoviendo la responsabilidad social como una preocupación genuina por las personas y su desarrollo sustentable, incorporando el cuidado por el medio ambiente, integrando áreas y vinculando el quehacer cotidiano con el valor de ese quehacer en la sociedad. Así como se valora y se mide el desempeño en una organización, así se debe valorar también la preocupación por los demás, como parte integral de ese desempeño.
Entonces, quizás, cobrará sentido celebrar el día de la solidaridad, y se podrá hacer en una forma muy sencilla, sin grandes ceremonias, deteniéndonos un momento a saludarnos con un abrazo, una sonrisa, una mirada solidaria, que será la misma mirada institucional.