Por Magdalena Garcés, Psicóloga PUC, profesora asociada en Universidad Diego Portales. Magister en psicología, Universidad de Chile. Consultora en gestión de personas especializada en el diseño e implementación de diagnósticos e intervenciones a nivel de cultura organizacional, salud y seguridad laboral. Estudiante de doctorado en psicología.
El año 2011, y tras varios intentos truncados de iniciativas que buscaban relevar el tema de lo mental y factores de orden psicosocial (los cuáles permiten incorporar variables como la tensión psíquica y/o el estrés) en el ámbito del trabajo, se convoca en nuestro país a distintos expertos, a raíz del aumento sostenido en licencias médicas por motivos psicológicos, para trabajar en la elaboración de una matriz de observación de riesgos psicosociales (1)
Nace de esta manera, el “Protocolo de Vigilancia de riesgo psicosocial”, el cual hoy mediante una resolución exenta de la Subsecretaria de Seguridad Social (Suseso), se transforma en una obligación para la gran mayoría de empresas y organizaciones de distintos rubros laborales, dependiendo de su tamaño y dotación.
Hoy es común escuchar cómo la aplicación de este protocolo se ha vuelto una verdadera “pesadilla” para algunas empresas, que ven en la aplicación de este instrumento una amenaza, frente a la posibilidad de que sus resultados no sean los esperados, y deban intervenir en este ámbito. Esto, puesto que, uno de los grandes méritos de este protocolo, no fue sólo evidenciar, informar y socializar la problemática del malestar y la salud mental en el trabajo, sino que también, situar en la propia organización del trabajo, y, por ende, en el sistema completo, incluyendo sus prácticas de gestión de personas y productividad, el foco de intervención, rompiendo la lógica del paradigma preponderante utilizado hasta ahora en la prevención de riesgos y salud ocupacional. Desde esta perspectiva, la aproximación e investigación de fenómenos como el accidente, tiende a darse en el marco de un paradigma ingenieril, que busca evidencia desde una lógica mecanicista, que tiende a buscar criterios universales, generalizables y reducibles a números, que permitan gestionar a su vez, las primas y políticas de incentivo económico asociadas al seguro de accidentes y enfermedades laborales.
Desde la influencia del modelo de administración y control de pérdidas de Bird & Loftus, que data del año 1976, la comprensión y gestión de los accidentes ha quedado supeditada al control de pérdidas, daños y desgaste de materiales, asumiendo que la disminución de los daños a la propiedad traerá como consecuencia lógica la reducción de los accidentes (2). Así, desde el discurso del cuidado y la seguridad, no sólo se vela por que el trabajador no se accidente, y por ende, eleve cifras y estadísticas que afectan la rentabilidad asociadas a incentivos y primas del sistema, sino que también, por la disminución de costos, pérdidas y rentabilidad del sistema Ambos, factores relevantes en los modelos de “calidad total”, cada vez más utilizados para gestionar la producción, salud y seguridad al mismo tiempo, sin relevar el predominio de una por sobre la otra, sino que situándolas al mismo nivel de importancia.
Retomando las dificultades establecidas respecto de la problemática que ha presentado la incorporación de los riesgos psicosociales, como un agente más a considerar en la gestión e intervención en salud y bienestar al interior de las organizaciones. Desde esta nueva perspectiva, los riesgos ya no pueden ser entendidos desde una lógica lineal de causa – efecto, siendo fundamental romper la lógica de atribución de causas a las acciones de los propios individuos y/o su constitución física, psíquica y/o biológica. Así, los riesgos ya no pueden clasificarse y entenderse, desde las categorías dicotómicas que operaba hasta ahora, y que tiende a centrarse en la determinación de su origen o “localización” (“endógenos” – “exógenos”, “físicos” – “psíquicos”, “psico – sociales”). Esto implica todo un desafío, desde la institucionalidad y profesionales que trabajan en la mejora de las condiciones y ambientes de trabajo, quiénes ya están ampliando el marco comprehensivo, desde el que se busca promover e intervenir para desarrollar trabajos más “sanos” y “seguros”.
En conclusión, la irrupción del protocolo de vigilancia y el concepto de riesgo “psicosocial”, permitió incorporar lo psíquico, como un aspecto que antes era “invisible” y obviado en materia de salud y seguridad laboral, especialmente al momento de entender las causas de la accidentalidad, donde hasta hace poco no era común, incluir variables de orden psicosocial, más allá de la lógica de la “acción insegura”, desde dónde se atendía al comportamiento de los trabajadores de manera aislada a un entorno social, políticas de gestión y organización del trabajo. Así, resulta desafiante pensar en el desarrollo de nuevas alternativas y propuestas de intervención en materia de salud y seguridad laboral, que se atrevan a romper con la lógica dualista, que hasta ahora había mantenido separado, incluso lo que es cuerpo – mente.
(1) Miranda, G. (2017) Cuestiones preliminares a la discusión de una política de protección de la salud mental de los trabajadores: Reflexiones a partir del caso chileno. En Foladori & Guerrero (eds). Malestar en el trabajo: desarrollo e intervención. Santiago: Ediciones Lom.
(2) Finkelstein, R. (2009). El Rol Constitutivo de la Seguridad Ocupacional. Ciencia & Trabajo, 11, (33), 145-151.