Por Sharoni Rosenberg, conferencista y fundadora de Purposely.
Frases como “construir relaciones profundas y verdaderas”; “saber que lo que hago es significativo”; “sentir que crezco y soy mejor persona”; o “saber que ayudo a los demás con lo que hago”, son algunas de las respuestas más frecuentes cuando le pregunto a las personas acerca del propósito en su trabajo.
Si observamos la esencia de cada declaración, se trata de objetivos que se ubican en lo más alto de la pirámide de Maslow: las necesidades de pertenecer, sentirse valorado, autorrealizarse y trascender. A diferencia de lo que se cree comúnmente, no necesitamos fijarnos metas heroicas, trabajar en las Naciones Unidas o inmolarse contras las injusticias del mundo, para vivir con propósito.
Esta aspiración de querer alimentar necesidades más elevadas de nuestro ser se vió incrementada en los años de aislamiento. De qué servía tener grandes ahorros o un trabajo seguro, si al final no podíamos si quiera compartir con nuestros seres queridos y sabíamos que habían otros que lo estaban pasando muy mal. No es secreto que la pandemia generó una sensación colectiva de vacío y luego de décadas operando bajo el “piloto automático” nos vimos enfrentados a preguntas ancestrales acerca del propósito de nuestras vidas que nos pasaron la cuenta.
Este vacío ha sido visto por muchos intelectuales como una de las justificaciones tanto para la huida de las grandes urbes y del fenómeno del “Great Resignation” o gran renuncia del mundo corporativo en EE.UU. En Chile, la rotación también ha aumentado y la cantidad de profesionales que se han atrevido a independizarse o emprender también ha aumentado y esta tendencia solo va en aumento. De acuerdo a los datos del Estudio Radiografía del Trabajador en Chile 2022, de Randstad, el 80% de los trabajadores en Chile están abiertos a nuevas oportunidades laborales y el 40% de los jóvenes buscan activamente un cambio de trabajo.
La necesidad de encontrar un trabajo que satisfaga todas nuestras necesidades humanas (y no solo el sueldo) es notoria en las nuevas generaciones. Así, el 53% de la Generación Z y de los Millennials dejarían su trabajo si les impidiera disfrutar de la vida, mientras en el caso de los baby boomers, esta cifra es solo el 31%.
¿Qué pueden hacer las empresas?
Pasamos más de la mitad de nuestra vida adulta trabajando, por lo mismo, es prácticamente imposible vivir el propósito a nivel personal si no somos capaces de vivirlo también a través del trabajo.
Muchas empresas chilenas han captado esta necesidad y han comenzado por identificar y declarar su propósito corporativo. Este es el primer paso, pero la realidad nos muestra que hay dificultades para ir un paso más allá. En la mayoría de las organizaciones que me ha tocado trabajar o estudiar se repite un patrón y es que, una vez declarado el propósito, las compañías no saben cómo continuar. Este es el momento en que cabe preguntarse cuál es la conexión entre el propósito de la organización y el propósito personal de cada uno y lo que está dando resultados es abrir el camino para generar espacios de conversación y autoconocimiento colectivos.
¿Y cuál es el problema de generar esos espacios?
A la mayoría de los líderes les aterrorizan estas dinámicas. La incertidumbre respecto de lo que puede resultar de estos espacios, de la apertura a las emociones y los diálogos abiertos, hace temer a varios y tener resistencia a generar este tipo de instancias. En estos casos la brecha generacional está generando las mayores dificultades para poder comunicarse efectivamente y generar cultura.
Pero, no podemos dejar que el miedo domine nuestras relaciones. La línea divisoria entre el mundo personal y el laboral es cada vez más difusa en cuanto a quiénes somos. Si no podemos mostrarnos tal cual somos en el lugar de trabajo, será imposible generar vínculos genuinos y productivos.
Entonces, ¿qué mejor excusa que reunirse en torno al propósito y construir así espacios para hablar de aquello que nos importa, nos aqueja o nos hace felices? Todo apunta a que es el momento de que las organizaciones comiencen a promover las instancias para que sus colaboradores florezcan y alcancen el desarrollo personal. Estoy convencida –porque hay muchos indicadores en esa dirección- de que las empresas que lo hagan verán cómo mejoran sus indicadores de compromiso, productividad y también de felicidad.