Propiedad y espíritu

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Por Jaime Hales, abogado, poeta, narrador y ensayista, director y fundador SYNCRONIA

El viejo debate de los años 60, respecto de qué era primero, si el cambio social o el cambio personal, ha quedado atrás. Ambos procesos son sincrónicos y se dan en un contexto de doble potencialidad: todo lo que afecta a las personas modifica la sociedad y los cambios en ésta interpelan a cada uno en sí mismo.

Las organizaciones sociales – cualquiera que sea su objetivo o naturaleza jurídica – responden tanto a quienes las han fundado como a las personas que las dirigen. Ello se nota, pues la empresa es la expresión social de la personalidad y estilo de su creador. Cuando un empresario forma un banco, por ejemplo, éste adquiere sus estilos. El Banco de Chile fue por años de las “familias bien”, los grandes empresarios criollos y la gente más fina. Aunque fuera una sociedad “anónima” no era tal, sino que se identificaba con don Manuel Vinagre, su ex gerente general. Cambió radicalmente cuando lo tomó a su cargo el empresario Javier Vial, y pasó a reflejar los estilos más agresivos, menos moderados, menos republicanos y más proclives al autoritarismo imperante en la sociedad. Luego tomó nuevos ritmos, que valorizan el esfuerzo del inmigrante y del hombre que se ha logrado promover a sí mismo.

Toda empresa es reflejo de quienes la dirigen. Cuando vemos empresas mal dirigidas hay algo de falta de condiciones, pero también de compromiso real de quienes han diseñado la entidad y el producto, la forma de comunicarse con la sociedad y, en general, de hacer las cosas.

El ser humano, espíritu y materia, se refleja en sus obras. Por ello, cuando es fiel a sus convicciones y a sus finalidades, la empresa, su obra, será buen reflejo de sí mismo. El caso de La Polar como contraposición de Cencosud, una avanzando a cualquier precio para escalar, desesperadamente, mientras la otra con la tenacidad de un panzer teutón que no cede frente a los embates y no tiene más límite que su ambición y sus sueños de poder y triunfo.

Cuando las empresas abren su mirada hacia temas del espíritu y el desarrollo personal, muestran la apertura de sus propietarios a quienes les hace sentido la posibilidad de que si los que trabajan en ellas logran estar mejor como personas, mejorará el ambiente laboral y, en consecuencia, la productividad. Y, digamos, la productividad social y la paz.

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