Lo laboral en la era digital

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Por Paúl Ernesto Rosillón Ruiz. Fundador del centro de estudios Persona & Empresa en la Universidad Monteávila, Venezuela. Coordinador para América Latina del Observatorio de Recursos Humanos de España

“Hasta ahora, el mercado laboral es la mejor forma que tenemos para distribuir los ingresos en la sociedad” – Robert Solow, premio Nobel de Economía, 1968.

Hace unas décadas se consideraba que la razón detrás de la expansión económica de los países era la acumulación de factores productivos como tierra, capital y trabajo; en general, las recomendaciones en materia de desarrollo eran invertir en activos físicos y bienes tangibles porque se reconocía que, en la generación de riqueza, el reemplazar o hacer más fácil el trabajo humano, era suficiente para incrementar la productividad. Sin embargo, la violenta y reciente confluencia de las nuevas tecnologías digitales supone un cambio bastante profundo en la organización social, la producción científica y la gestión industrial, con grandes impactos en el Mundo del Trabajo que está comenzando a generar “un problema geopolítico de escala global” (Yuval Noah Harari, 2020). 

En el ámbito laboral sin embargo, este no es un fenómeno nuevo, ya que todo cambio en el ciclo tecno-economico (Shumpeter,1942) siempre ocasiona la destruccion de puestos de trabajo y la creación de nuevos campos para la actividad laboral a través del empleo. Ya a finales del siglo XX, Jeremy Riftkin lanzaba su premonitorio libro “El fin del empleo: nuevas tecnologías contra puestos de trabajo”, donde nos señalaba que, entre 1960 y 1990, la producción de bienes manufacturados de cualquier tipo siguió creciendo progresivamente, pero el número de puestos de trabajo (empleos) necesarios para producirlos habían descendido a casi la mitad. (Riftkin,1998)

La actual revolución tecnológica podría llevar a nuestra sociedad y nuestra vida diaria a cambios de una magnitud incluso mayor que la revolución neolítica o la primera revolución industrial, y a una velocidad muy superior. Brynjolfsson y McAfee (2014) han llamado a la época que ahora se está iniciando la “segunda edad de las máquinas”, que presenta una diferencia fundamental con respecto a la primera: ésta se basó en las máquinas de vapor para superar los límites físicos de los humanos y los animales, mientras que la actual “se apoya en las tecnologías digitales para superar los límites de las capacidades intelectuales humanas.” 

A lo que entonces debemos prestar atención no es al cambio en las formas del trabajo sino a los nuevos requerimientos en cuanto a como se relacionan los seres humanos a través del empleo con las nuevas actividades productivas. El desempleo y el paro forzoso se generan y producen al violentarse la curva natural de avance del cambio en el ciclo tecnológico, como nos lo está dejando muy claro los efectos demoledores de la pandemia COVID-19 y más recientemente la irrupción del chatGPT. Los tiempos de la ciencia son cada vez menos los tiempos de las industrias. (Fabrizio Bianchi, 2020)

Ya se empieza a convertir en algo novedoso pero normal los ambientes laborales hibridos, poblados de “centauros digitales”, mitad hombre, mitad máquina, donde se combina la fuerza, capacidad de cálculo y precisión de los ordenadores con el poder infinito de la innovación de los seres humanos, en una versión más renacentista del mundo laboral: el artesano digital. La revolución de la inteligencia artificial (IA) no será un punto de inflexión crucial después del cual el mercado laboral alcanzará un nuevo equilibrio. Más bien, será una cascada de disrupciones cada vez mayores. Los equipos híbridos de humanos y ordenadores se caracterizarán por la búsqueda de balance entre unos y otros, en lugar de configurarse como una empresa para toda la vida. 

La experiencia histórica muestra que las nuevas tecnologías, y en particular las más disruptivas, necesitan un cierto tiempo hasta que lleguen al punto en que su precio y su grado de adopción permiten su uso generalizado y combinado con otras tecnologías. Es decir, esta revolución de la IA apenas está comenzando a surtir sus potenciales efectos en la sociedad. Estamos entrando en una fase de muy alto crecimiento que debemos aspirar a que se traduzca en una mejora del bienestar social global impulsada por la combinación de diferentes tecnologías, las redes cada vez más densas e interconectadas, las biotecnologías y, muy probablemente, otras que todavía no conocemos.

Esta columna fue elaborada a propósito de un material publicado en el siguiente enlace

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