La violencia circulante

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Por Juan Flores, psicoanalista, Ph.D y director magíster en psicoanálisis, Universidad Adolfo Ibáñez. 

La violencia ciudadana es hoy una temática recurrente en los medios de comunicación pública y es parte de la preocupación cotidiana de los habitantes del país, especialmente de quienes viven en las grandes ciudades. Estas expresiones de violencia, casi siempre vinculada a situaciones delictivas (asaltos, robos, hurtos, etc.) invisibilizan y ocultan situaciones de violencias cotidianas y permanentes que están presentes en nuestras relaciones humanas y enraizadas en las tramas de poder. Esta situación ambiental, propia de los dinamismos generados por el estado de cosas y por lo que pudiéramos denominar el componente agresivo estructural de lo humano, se despliega también al interior de las organizaciones.

Esta violencia recurrente y presente, impacta en el psiquismo generando una serie de mecanismos que intentarán hacerle frente a una situación vívida como amenazante, pero que de modo irreductible se irá depositando y anudando en nuestros vínculos habituales y permanentes. 

Es importante señalar que este “estado de violencia circulante” impacta tanto a los miembros o empleados de una organización, como también al habitante común que expresa en el otro su frustración, su angustia, su miedo o su rabia. Por ello los colaboradores reciben una triple agresión: aquella que eventualmente les otorga su ubicación en el sistema productivo, el “sufrimiento institucional” al interior de la organización y la que puede recibir del “cliente” o requirente, que ve en él un sujeto que representa vicariamente a la entidad percibida como violentadora o atropelladora 

Este clima, de una violencia que genera más violencia, promueve una situación que rebota y penetra al interior de la organización, provocando en algunos casos respuestas negativas o de mayor presión que finalmente terminan capturando el espacio que es soporte material de todo este proceso: el cuerpo. 

Nunca como hoy las llamadas “enfermedades profesionales” se expresan de modo masivo y recurrente en los llamados “conflictos psíquicos” o de salud mental. Esto no sólo tiene un innegable costo económico y funcional debido al ausentismo, impacto en la producción y el ritmo de trabajo; sino también en la forma en que cada trabajador se relaciona con su trabajo y el modo en que se aproxima a su dignidad como agente de construcción social. Muchas veces este impacto emocional no se expresa por medio de un claro conflicto del psiquismo (depresión, angustia, ansiedad, etc.), sino también en una gran variedad de enfermedades descritas como solamente físicas o biológicas, pero que pueden poseer un evidente parentesco con un origen psicosomático. Sin embargo , a veces la consecuencia de esta violencia circundante, aparece de modo más velado y silente. El trabajador sigue en sus labores permanentes pero realizadas de un modo inercial y desvitalizado. 

Las investigaciones y literatura sobre este fenómeno la han denominado “burnout”. Este concepto tuvo su origen en una referencia a los efectos del abuso de drogas. Fue un psicoanalista , Herbert Freudenberger el que usa este concepto para referirse al impacto del agotamiento de miembros de los profesionales de ayuda. El burnout no sólo está relacionado con un exceso de trabajo , sino también se vincula a la pérdida de la motivación o energía puesta en una tarea que el sujeto realiza. Esto es especialmente claro y evidente en aquellos profesionales que trabajan como profesionales de ayuda a otros, pero se ha extendido a una situación que de modo más amplio puede referirse a cualquier trabajador que debe interactuar con otros y que recibe demandas o requerimientos frente a los cuales debe responder.  

Una pregunta que podríamos hacernos , es si nuestra sociedad entera está en estado de burnout, como depositaria de un modo de vida frente al cual debe lidiar en forma permanente con la llamada “violencia circulante”. Si observamos los efectos en nuestra sociedad, tendríamos que coincidir con que los múltiples signos de agotamiento, desidia, agresividad y desvitalización, crean las condiciones para entender que el cuerpo social se expresa en esta sensación de cansancio y agresión encubierta. Es tarea de los actores sociales, los profesionales de recursos humanos y los investigadores, poder generar políticas de protección, autocuidado y desarrollo de nuevas prácticas. De este modo podremos contener algo de aquello que excede a nuestras posibles acciones y que tiene su origen en políticas y procedimientos pertenecientes al orden político, social y económico.  

Esta columna fue publicada en RHM 90, agosto de 2015. 

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