Las situaciones de estrés prolongado se caracterizan por avances y retrocesos en el tiempo, de momentos donde parece que la situación se disipa y vemos el final del camino y de pronto la situación se oscurece y nos golpea fuerte en el ánimo. Se asemeja a esos temporales de viento o marejadas que cada tanto ofrecen momentos de calma como momentos de fuerte intensidad. Todo esto va impactando nuestras emociones que también varían con el devenir de la situación.
Es normal y esperable que ante los retrocesos que nos cansan y nos abaten aparezcan emociones como la rabia, la impotencia y la angustia, pues todas ellas son señales del cansancio que genera tener que seguir lidiando con la adversidad y aún más, tener la sensación de que a pesar de lo realizado se está nuevamente en un punto inicial o más atrás de lo que estábamos ayer.
La forma de desarrollar resiliencia en este contexto no es negar las emociones sino saber “conversar con ellas” para entender lo que nos pasa, lo que debemos hacer y los mecanismos internos que están amenazándonos con descarrilarnos. Las emociones son la manera inicial en como los seres humanos respondemos ante los eventos y son una compleja amalgama de pensamientos, visiones respecto al futuro, juicios sobre nuestras capacidades, dinámicas fisiológicas y creencias de base que se expresan en forma automática. Por ello si sabemos observarlas y trabajarlas lograremos mayor tranquilidad, posibilidades de acción y mejor regulación de nuestro pensar. Por el contrario, si no las sabemos procesar lo más probable es que la impotencia, la angustia y la rabia terminen amplificando los efectos de la situación de estresora.
Toda emoción contiene dentro de sí al menos tres mensajes: cómo estamos interpretando inicialmente la situación, qué necesitamos para enfrentarla y con qué prisma del pensamiento estamos operando en forma preferente.
La rabia frente al retroceso puede ser signo que vivimos la situación como una injusticia que no merecemos, que el retroceso es culpa de otros o de la vida en general y que requerimos que se haga justicia o se castigue a los culpables y que por supuesto sean ellos los que tomen las acciones que reparen la situación. Así la rabia nos pone de lleno en la situación de víctimas y jueces. La trampa mental que está exacerbando la rabia es la de “la victimización” que finalmente nos intenta arrastrar a la inacción esperando lo que hagan otros o a la disputa conflictiva de buscar un culpable.
Como procesar la rabia: primero si es contra la vida en general, podemos darnos un rato para descargar nuestra molestia pero deberemos aceptar que la vida no ha tomado ningún compromiso especifico con nosotros y por tanto reconocer que la rabia se nos genera por una expectativa que tenemos de que la realidad se acomode a nuestros deseos o propósitos, y ello no es siempre así.
Si es con personas o grupos en particular tendremos que revisar con tranquilidad si en verdad ellos comentaron una falta o una injusticia, y si es así hacer el reclamo o pedido correspondiente para recuperar la situación. También es bueno, dado que estamos tomado por la fuerza del “ellos fueron” compensar la visión con la pregunta “qué puedo haber hecho yo que contribuyó a crear la situación y por tanto que debo cambiar”.
En conclusión: hacer el proceso de aceptación que no se han cumplido nuestras expectativas, reclamar, pedir o perdonar a los que han cometido faltas o errores y revisar la propia contribución a la situación que ha quedado tapada por el “ellos fueron los responsables”.
De esta manera “surfeamos” la ola emocional de la rabia y nos permite llegar a un lugar de mayor madurez, tranquilidad y acción.
La impotencia ante el retroceso puede mostrar que vivimos la situación como un fracaso de las acciones que hemos realizado para enfrentarla, aquí se abre el camino de la frustración (nada de lo que hago resulta) o de la culpa (lo malo que está pasando es culpa mía) y que nos puede empujar al autocastigo o la rendición. La trampa mental que está exacerbado la situación en “El yo la causa de todo”.
La impotencia es un mensaje de que las competencias o acciones que hemos realizado no son suficientes para enfrentar exitosamente la situación y por tanto se requiere cambiar, aprender o pedir ayuda. Es finalmente un llamado a la humildad de volverse aprendiz. Ahora también, cuando hablamos de estrés prolongado, la impotencia puede ser un llamado a reconocer que no tenemos control de toda la realidad y que pese a nuestros esfuerzos se darán situaciones que no podremos evitar o que nos sorprenderán en el camino.
Como la impotencia está comandada por el Yo como causa de todo, vale la pena compensarla con el mecanismo de revisar lo que hemos realizado: “no es cierto que sea culpable pues hice X”, “no es cierto que sea culpable pues no podía saber que…”
En conclusión, la impotencia es un reconocimiento de nuestra necesidad de aprender y pedir ayuda, un llamado a la humildad y a revisar lo que hemos responsablemente realizado.
Por su parte la angustia puede mostrar que vivimos la situación pensando que una secuencia de hechos catastróficos se seguirá de ella y que las cosas irán de mal en peor, despertando en nosotros grandes cantidades de temor. La trampa mental que está amplificando el estrés en este caso es el pensamiento catastrófico que no tiene una fuente específica de temor, volviéndose una emoción difusa y generalizada.
La tormenta de la angustia o el miedo es un aviso que necesitamos estar preparados para posibles consecuencias negativas, lo que implica tener un plan de contingencia que nos de mayor tranquilidad. “Si pasa esto, entonces hare x” es la formula que ayuda a prepararnos para un futuro amenazante pero al mismo tiempo, bajar la perspectiva catastrófica.
Entonces la angustia incita a reconocer que pasa algo que nos afecta negativamente y que, podría tener consecuencias para las que tenemos que prepararnos y, también a reconocer que nuestro pensamiento inventa fantasías catastróficas que no tenemos que dar por hecho. Los pensamientos catastrofistas hay que enfrentarlos y quitarles su poder reconociéndolos, nombrándolos y develando su sesgo ficticio. Rabia, impotencia y angustia son tres reacciones básicas de los seres humanos antes situaciones de estrés prolongado y sobre todo ante retrocesos en medio de dicho contexto; más allá de la emoción específica revelan la necesidad de aceptar que no tenemos control sobre todos los aspectos que afectan nuestra vida, que nuestras expectativas no necesariamente se cumplirán, que somos vulnerables y necesitamos ayuda y apoyo para enfrentar la adversidad, que necesitamos aprender para desarrollar capacidades para enfrentar lo difícil.
Si bien son sentimientos normales debemos cuidarnos para que no nos arrastren por el camino de la rendición o por una secuencia de acciones y decisiones que aumenten el daño de una situación que ya es difícil. Si nos cuidamos navegaremos mejor en aguas turbulentas y alcanzaremos mayores grados de madurez y resiliencia para enfrentar lo difícil.