“Quisiera expresar mi más sincero agradecimiento a todos ustedes. Gracias, en primer lugar, por lo que hacen en favor de la protección y la representación de las víctimas de accidentes laborales… Gracias por seguir insistiendo en la cuestión de la seguridad en el trabajo, donde siguen produciéndose demasiadas muertes y desgracias. Gracias por las iniciativas que promueven para mejorar la legislación civil sobre accidentes laborales y rehabilitación de personas con discapacidad”.
Así iniciaba el mensaje de fondo que el Papa Francisco entregó recientemente a representantes de la Asociación Nacional entre Trabajadores Mutilados e Inválidos del Trabajo, en el marco de su aniversario número 80. Aunque la asociación es italiana, el mensaje que dio el Papa trasciende la realidad de ese país y releva la importancia de seguir mejorando las condiciones de desempeño laboral de las personas en todo el mundo.
El mensaje destacó la necesidad de garantizar una asistencia y una seguridad social adecuadas a quienes sufren formas de discapacidad, pero también de dar nuevas oportunidades a personas que ya sufrieron un accidente, para que puedan reinsertarse y así su dignidad pueda ser plenamente reconocida.
La sensibilización de la opinión pública sobre las políticas de prevención de accidentes y de seguridad, en particular en favor de las mujeres y los jóvenes, son urgentes en el mundo, y su abuso es constante. “Esto ocurre cuando el trabajo se deshumaniza y, en lugar de ser el instrumento mediante el cual el ser humano se realiza poniéndose a disposición de la comunidad, se convierte en una exasperada carrera por el beneficio. Y eso es malo. Las tragedias comienzan cuando el objetivo ya no es el hombre, sino la productividad, y el hombre se convierte en una máquina de producción”, fue la esencial reflexión del Sumo Pontífice.
Se repite la parábola del Buen Samaritano, recordó el Vicario, porque ante personas heridas y en peligro de ser abandonadas en el arcén de la vida, podemos hacer como esos dos personajes religiosos, el sacerdote y el levita, que, para no contaminarse, no se detienen y siguen de frente, con indiferencia.
“Y en el mundo del trabajo a veces ocurre exactamente así: seguimos adelante, como si nada, entregados a la idolatría del mercado. Pero no podemos acostumbrarnos a los accidentes laborales, ni resignarnos a la indiferencia ante ellos. No podemos aceptar el despilfarro de vidas humanas. Las muertes y lesiones son un trágico empobrecimiento social que afecta a todos, no sólo a las empresas o familias implicadas”, dijo.
Así, no debemos cansarnos de aprender y reaprender el arte de cuidar, en nombre de la humanidad común. La seguridad no sólo debe estar garantizada por una buena legislación, que hay que hacer cumplir, sino también por “la capacidad de vivir como hermanos y hermanas en el lugar de trabajo”.
La seguridad en el trabajo es parte integrante del cuidado personal. “De hecho, para un empresario, es el primer deber y la primera forma de bien. En cambio, están muy extendidas las formas que van en sentido contrario”, dijo el Papa.
Y apuntó directamente como malignas a las técnicas de marketing que “lavan la imagen” de la empresa, cuando ésta incurre en malas prácticas contra las personas o su entorno. “Ocurre cuando los empresarios o los legisladores, en lugar de invertir en seguridad, prefieren lavar sus conciencias con alguna obra de caridad. Es feo. Entonces anteponen su imagen pública a todo lo demás, haciéndose benefactores en la cultura o el deporte, en las buenas obras, haciendo utilizables obras de arte o edificios de culto”, denunció.
“La responsabilidad hacia los trabajadores es primordial: la vida no se vende por ningún motivo, más aún si es pobre, precaria y frágil. Somos seres humanos y no máquinas, personas únicas y no piezas de recambio. Y muchas veces algunos obreros son tratados como piezas de recambio”, concluyó fuertemente el Papa.