[Editorial]: En un futuro lejano

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Por Patricio Rifo, director RH Management.


En un tiempo muy lejano, Chile se pensaba como país en el largo plazo. Se construía patria mirándose a la cara, reconociéndose el uno al otro, más allá de sus diferencias. En esa época, las universidades públicas se dedicaban a formar profesionales y técnicos de acuerdo con las necesidades del país y de manera regionalizada, es decir pensando en las necesidades productivas de las zonas geográficas. Por ejemplo, Citroën, Ford, Fiat, Peugeot, Renault, Mini y General Motors contaron con plantas ensambladoras en el territorio nacional. Arica, Estación Central, Casablanca, Rancagua fueron los lugares escogidos por los fabricantes. No es casualidad que una institución del Estado tuviese carreras y sedes orientadas a formar trabajadores en esas línea y en los lugares donde se desarrollaba la industria. ¡Era un inversión para el Chile del futuro! Inacap, antes de ser privatizada y entregada a la Confederación de la Producción y el Comercio, CPC, en enero de 1989 por Pinochet vía decreto, fue creada en octubre de 1966 por la Corfo para formar y desarrollar a los trabajadores y trabajadoras del mañana.

Asimismo, famosa por su vanguardia y mirada de futuro hacia el mundo del trabajo, entre otros aspectos, fue lo que hizo la ex Universidad Técnica del Estado, la UTE, hoy Usach. Según fuentes históricas “en 1970 la Universidad Técnica del Estado había logrado presencia en todo el país, con sedes universitarias a lo largo del territorio, en las cuales se impartían las mismas carreras que en Santiago, con excepción de ingeniería. Además, la universidad fundó subsedes y centros de extensión en diversas regiones, impulsando la construcción naval en Valdivia, el desarrollo de la petroquímica en Punta Arenas, la industria maderera en Concepción, la tecnología del cobre en Antofagasta, Copiapó y La Serena, la maquinaria agrícola en Talca, entre muchas otras iniciativas”.

El 11 de septiembre de 1973 la artillería y fusiles destruyen el frontis de su sede central y se bombardea la antena de su radio. Son asesinados y perseguidos sus profesores y estudiantes. Fue el inicio de una tragedia para nuestro país; pero también, y simbólicamente, el principio de la destrucción de la formación técnico-profesional para trabajadores, entendida no como un negocio, sin lucro, y con el Estado como eje rector para su fomento y desarrollo para todos, sin condiciones.

En la actualidad el desarrollo de habilidades y conocimientos de nuestra fuerza laboral, en un porcentaje altísimo, está en manos del omnipresente mercado. Cada chileno o chilena en edad de trabajar opta “libremente” qué hacer y qué estudiar. Decide de acuerdo con su bolsillo. Y ya sabemos lo que viene después. ¡Llevamos más de 40 años y ésto no funciona! Estamos atrapados por un modelo ideológico que privilegia riqueza para unos pocos en desmedro de muchos. Los que deciden sólo disputan franjas de poder para defender sus intereses, y no el bien común.

En los sesenta, y quizá antes, los países de sudeste asiático tomaron decisiones país pensadas para 100 años; más allá del tipo de gobierno. Y los resultados están a la vista. Alguna de ellas se refieren a la educación de calidad para todos, garantizada como un derecho social y la inversión en ciencia y tecnología.

Nuestros representantes políticos, los movimientos sociales, los gremios empresariales deben sentarse a conversar y a reencontrarse desde la verdad. Algunos empresarios deben ver y entender que sus fortunas crecieron porque la dictadura a punta de fusil y cañones destruyó pilares básicos de nuestra sociedad. Desmanteló las universidades públicas, como la ex UTE, entre otras, sólo para que la educación superior surgiera como negocio y se justificara el lucro como algo natural y normal. Y de esta doctrina del shock los más dañados son los trabajadores, ya que sólo hay formación para fomentar una economía subdesarrollada, rentista y extractivista. Así los sueños de construir autos, computadores, chips, baterías de litio y otros derivados de nuestros recursos naturales sólo alimentan nuestras pulsiones y fantasías. Quizá en un futuro lejano podremos tener debates presidenciales de ideas y no escuchar listas de supermercado con ofertones de último minuto. Los ciudadanos se merecen imaginar y reflexionar cómo será el Chile del 2100.

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