Por Daniel Sierra Parra, Consultor en gestión de personas y ex vicepresidente de RH en Codelco Chile.
Hoy en Chile vivimos momentos de hondo sentido histórico y social. Son días que nos invitan a reflexiones profundas sobre quiénes somos y sobre lo que estamos haciendo, bien o mal, para el desarrollo integral de nuestro país.
Desde una perspectiva sociológica, no es mayor novedad señalar que, en la actualidad, existe una percepción generalizada de que las instituciones del Estado se encuentran en crisis y que han desviado su razón esencial de existencia; que a nivel global se han debilitado los liderazgos, que están mutando y debilitándose las creencias más arraigadas, y que se están cuestionando las ideologías y los hábitos político-sociales. Se observa un movimiento social y sindical disperso, cada vez más, falto de liderazgos claros, alejados y desconectados de su base social. Vemos organizaciones atemorizadas y con síntomas de la anomia que Durkheim desarrolla en “La División del Trabajo Social”. Los vínculos sociales se debilitan y la sociedad pierde su fuerza para integrar y regular adecuadamente a los individuos, generando fenómenos sociales tales como las epidemias de suicidio, y movimientos sociales explosivos de personas que sienten que no tienen nada que perder.
En entrevista en El Mercurio del 27 de octubre, el intelectual chileno Pedro Morandé expresa que “decisivo es el desprestigio de las instituciones públicas, de los tres poderes del Estado, de las Fuerzas Armadas y de Orden, de las escuelas e institutos de cultura, de la autoridad moral de las iglesias. Todo esto no se da en un clima desesperado de pobreza, como tantas veces se escucha, sino en el ámbito de un ‘nihilismo libertino’, tal vez incipiente, en que ya algunos conocen la opulencia y otros aspiran fuertemente a ella”. Y agrega: “no se trata de una ideología en el sentido tradicional, puesto que no aspira a construir un orden institucional distinto, sino que acepta vivir en la anomia, cuyo vacío normativo se oculta o disimula en la contingencia cotidiana”. En mi opinión, lo que Morandé describe es el resultado de una democracia que dejo hacer sin fiscalizar, sin enseñar, sin educar para mantener su solidez.
La sensación de la gente en la calle es que no va a pasar mucho con los cambios sociales, a pesar de la magnitud de las movilizaciones. Quizás sea porque a la elite (políticos, empresarios, altos ejecutivos) le cuesta asumir que es momento de compartir los privilegios, como se filtró en un audio muy publicitado. Quizás a la elite le cuesta moverse armónicamente con los cambios naturales de una sociedad tan compleja y desigual como la chilena. Quizás la elite no entiende o no quiere entender que Chile está transformándose vertiginosamente en el sentido de lo que Bauman ha denominado “modernidad liquida”, que se expresa por la inestabilidad y los cambios rápidos, ligados a la irrupción de las tecnologías y la automatización, la exacerbación del consumismo que todo lo cambia y desecha, y a partir del cual ya más nunca estaremos conforme con lo que poseemos, porque lo que tenemos hoy no será suficiente para lo que mañana la sociedad nos proponga.
En este contexto, parece también haber una percepción muy crítica y negativa del quehacer de las empresas, basada en un cuestionamiento general a los fines de lucro que persiguen, los cuales en ocasiones pueden ser despiadados respecto de la realidad económica de sus clientes y usuarios. Es por ello que este es un momento inmejorable para revisar si la forma de hacer empresa actualmente en boga en nuestro país puede ser calificada de moderna, vanguardista, de clase mundial, a la altura de los tiempos que vivimos. En tal sentido, la tarea más urgente que enfrentan hoy los altos ejecutivos es preparar a las organizaciones para gestionar en un entorno que es cada vez más complejo y exigente. Este desafío exige de los líderes la habilidad de conducir y ubicar a sus organizaciones en un camino de desarrollo distinto, compatibilizando el crecimiento económico con el desarrollo y sustentabilidad organizacional del mismo, donde el bienestar y la salud de sus trabajadores se constituye en una de sus principales prioridades, en un eje fundamental de su éxito estratégico. En efecto, el desafío de los líderes en la actualidad es gestionar de manera equilibrada con sentido social y de negocios. Pare ello, deben ser capaces de amalgamar y apalancar una gestión orientada al crecimiento, desarrollo y sustentabilidad organizacional, en comunión con las exigencias crecientes de la digitalización y automatización de las actividades productivas, el cuidado del medio ambiente, la integración con las comunidades, y los cambios profundos que está experimentando el mundo del trabajo en medio de este contexto. En palabras de Frederic Laloux, el desafío de los líderes es movilizar a las organizaciones hacia un estado de desarrollo institucional en el que todas las perspectivas, de sus integrantes y de sus audiencias relevantes, sean parte constitutiva de su modelo de negocios, y en que la búsqueda personal de propósito y sentido sea la energía que mueva colectivamente a la organización hacia el cumplimiento de su misión.
De modo que lo que está sucediendo en nuestro país no debiera evaluarse como una pesadilla, como una catástrofe para la gestión de las empresas, como una amenaza a la subsistencia de los negocios y un riesgo para su viabilidad futura. Todo lo contrario, las dinámicas de insatisfacción social que hemos atestiguado son una gran oportunidad para detenerse a reflexionar si nuestras herramientas y actividades de gestión y decisión son integrativas, si tienen en consideración de manera completa y seria las dinámicas de percepción de justicia (trato justo) dentro de la organización, si se basan en la consideración de los otros (el prójimo) como un legítimo otro, parafraseando la definición de respeto entregada por Maturana.
La psicología organizacional más reciente señala que las expresiones de resistencia laboral son indicaciones profundas respecto de la forma en que las personas viven su trabajo y su forma de pertenecer a la organización. De tal modo, los movimientos sociales que hemos atestiguado evidencian que es momento de intentar nuevas formas de relacionarse dentro de las organizaciones, asumiendo estilos de liderazgo que sean más colaborativos e integradores, entendiendo a la empresa como una comunidad de trabajo y producción que tiene variadas dimensiones, y cuyo eje o factor principal de éxito estratégico no es solo el rendimiento del capital financiero, sino su viabilidad económico social de mediano y largo plazo. Para ello, se requiere de una mirada amplia sobre los procesos de gobernanza al interior de las organizaciones, que se expresa en la construcción y mantención de buenos climas laborales, cuidado de la calidad de la experiencia cotidiana de las personas en sus labores, oportunidades reales de desarrollo personal y profesional, y sobre todo, remuneraciones y beneficios justos, dignos, suficientes, que les permitan a las personas desplegar su identidad en las comunidades que integran. En otros términos, los líderes deben entender que, si la gestión de empresas no valora la existencia de un buen clima laboral, de una atmósfera humana y de respeto en sus procesos, es imposible que pueda acceder a garantías de gobernabilidad social y laboral, condiciones clave para su continuidad operacional contingente y sustentabilidad de negocios de largo plazo.
Los directorios de las empresas enfrentan de manera frecuente la tentación de involucrarse mucho más en la gestión específica y ejecutiva de las organizaciones. Si creemos saber las causas de lo que sucede en nuestro país, lo peor que puede pasar es no mirarse a uno mismo, y no hacerse la pregunta profunda respecto de cuál es mi posición particular en este momento, y cuál es mi voluntad y convicción para hacer frente a estos fenómenos sociales, laborales y de gestión que están ocurriendo a mi alrededor. Esto, a mi juicio, es de la esencia misma de la responsabilidad de los más altos ejecutivos de empresa en Chile: plantearse con urgencia qué haremos para hacer frente a esta crisis vivida por el país. Hace unos días el gobierno, quizás cegado y sesgado ideológicamente, omitió hacerse la pregunta respecto de lo que estaba sucediendo realmente en el Metro, de modo que el problema no le fue visible. Pero el problema existía, era real, y se incubó autónomamente y acumuló energía hasta que finalmente estalló el fenómeno social conocido por todos. Del mismo modo, en una empresa, una vez que un conflicto estalla de esta manera, las salidas posibles siempre son complejas y tienen un alto costo para el negocio, para la organización del trabajo, para su administración y, paradojalmente, también para los trabajadores. Todos pierden.
Cuando llueve, todos se mojan. Cuando el barrio se inunda, todos flotamos. Y como dice el proverbio oriental, “cuando el sabio apunta a la luna, el necio se queda mirando al dedo”. Lo que he intentado en estos párrafos de reflexión ha sido invitar a mis colegas ejecutivos de empresa a mirar hacia la luna y no quedarnos pegados en el dedo.