Por Martin Parker, profesor de los estudios de la organización, Universidad de Bristol.
A mucha gente le gusta decir que el coronavirus nos está dando una lección, como si la pandemia fuera un icono de moralidad que debería conducirnos a un cambio en nuestro comportamiento. Nos demuestra que podemos hacer grandes cambios rápidamente si queremos. Que podemos reconstruir mejor. Que la desigualdad social se revela crudamente en tiempos de crisis. Que hay un “árbol de dinero mágico”. La idea que una crisis nos lleva a un cambio era común también durante la crisis financiera hace más de una década, pero esa no produjo ningunas transformaciones duraderas. Entonces ¿la vida post-covid será diferente?
Al principio del confinamiento, en medio de la ansiedad y la confusión empecé a darme cuenta que me lo estaba pasando bien. Cocinaba y estaba arreglando el jardín más, el aire era más limpio; mi ciudad estaba más tranquila y pasaba mucho más tiempo con mi pareja. Mucha gente empezó a escribir sobre la idea de que no debería haber ninguna vuelta atrás. Parecía que habíamos tomado una respiración profunda y colectiva y luego comenzamos a pensar en el coronavirus como un estímulo para animarnos a pensar en cómo podríamos abordar otras cuestiones importantes – el clima, la desigualdad, el racismo y lo demás.
Siendo un académico, decidí preparar un libro de forma rápida, sin mucha preparación, sobre cómo podría ser la vida después de la crisis. Convencí a varios activistas y académicos que escribieron textos cortos sobre trabajar en casa, el dinero, liderazgo y muchos otros temas. La idea era mostrar que el mundo podría cambiar si quisiéramos. El libro ya salió, pero después de solo cuatro meses desde que me lo imaginé, ya se siente como el documento de un tiempo perdido. Los ruidos de la ciudad han vuelto y los senderos de jet están empezando a marcar el cielo. ¿Se ha perdido el momento?
La segunda lección del coronavirus – al parecer – es lo obstinadas que son las viejas estructuras. Querer que el mundo sea diferente no se logra así. Los eslóganes no provocan cambio cuando el poder, los hábitos y la infraestructura siguen sustancialmente igual. Entonces ¿qué podemos aprender ahora sobre la crisis y cómo realizar cambios duraderos?
Piensen en vacaciones en España y Portugal. Playas soleadas, bebidas frías y comida barata. Para mucha gente, volver a la normalidad significa volver a lo que tenía antes, y no quiere oír algún aguafiestas – si un jefe de estado o un portavoz de Rebelión en Extinción, diciéndole que no pueda tenerlo. Para agregar al problema, hay miles de puestos de trabajo en riesgo en los diversos sectores industriales que llevan a la gente de vacaciones – la fabricación y el mantenimiento de los aviones, el trabajo en aeropuertos y hoteles, la venta de productos libres de impuestos, el combustible de aviación y las comidas de viajeros.
El mundo en el que vivimos ahora tiene una especie de rigidez, tanto en términos de las expectativas de las personas como de la infraestructura que ya existe y que refuerza esas expectativas. El mundo anterior al Covid-19 fue esculpido por flujos de dinero y comercio, autopistas y contenedores de transporte. A medida que comenzamos a movernos gradualmente desde del encierro, estos canales ya están esperando, listos para ser rellenados con personas y cosas.
En las ciencias sociales, la gente a menudo se refiere a la “dependencia del camino”, la idea de que nuestra historia limita nuestras elecciones actuales. Si tenemos ciudades organizadas alrededor de un gran número de personas que viajan diariamente al centro, o casas y apartamentos que no tienen espacios de trabajo, entonces será difícil que un gran número de personas trabaje en casa. Si tiene que estacionar su automóvil en la calle, cargar uno eléctrico significa colocar un cable en la acera. Si nuestros fondos de pensiones dependen de que las compañías petroleras obtengan enormes beneficios, entonces alentar la inversión en tecnologías verdes será una lucha ardua.
No es de extrañar entonces que sea más fácil para la mayoría de la gente asumir que el futuro será como el pasado porque la forma del presente limita la forma en que podemos pensar sobre las cosas que vendrán.
Esto es lo que más me preocupa de mi libro. Creo que podría estar empujando contra una puerta que ya se está cerrando. Y las personas que lo están impulsando no son estúpidas o malvadas, solo políticos, empresas y gente común que todos quieren volver a lo que tenían.
Si la lección uno del coronavirus es que las cosas pueden cambiar, y la lección dos es que vuelven a caer fácilmente, entonces la lección tres debe ser sobre la importancia de presentar imágenes del futuro que motiven a las personas a imaginar el cambio.
Está claro que no podemos seguir como estamos y tenemos que dejar de hacer las cosas que estábamos haciendo, pero decirlo es una forma realmente mala de animar a la gente a cambiar.
En cambio, necesitamos imaginar futuros que sean tan emocionantes y satisfactorios como los de alta velocidad, alto consumo y alto contenido de carbono que debemos dejar atrás.
Necesitamos darle a la gente buenas razones para saltar las pistas porque es mucho más fácil simplemente volver a lo que sabes. Así que imaginemos la ciudad más tranquila y el aire más limpio, menos necesidad de luchar contra los atascos y más tiempo para pasar con familiares y amigos. Parece un buen comienzo para aprender de Covid-19.
Traducido por Patricia Laing y María Lourdes Delgado Luque.
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Agradecer al grupo chileno de estudios organizacionales Minga, que tiene un estrecho contacto de colaboración con el profesor Parker.