“Me acabo de percatar que ha ocurrido mi cuerpo y lo ocurrido en la historia reciente en el país. Desde un cuerpo constreñido, tímido, incapaz de expresarse, humillado y acomplejado de la adolescencia, que coincide con los años de la dictadura militar y veo como a medida que desarrollo el ejercicio escénico, se fue liberando teniendo como contexto la democratización de la sociedad chilena”, comenta algo sorprendido Alejandro Goic.
El actor de películas chilenas como “Dawson. Isla 10”, “No” (plebiscito del 80’) y “Gloria” piensa que el paralelo anterior puede ser una coincidencia, pero para él tiene mucho sentido porque comprende su profesión como algo comprometido y eso lo llevo durante algunos años de su vida a ser militante de partido político y a dedicar parte de su vida a la recuperación de la democracia en el país. La conversación con Alejandro Goic fue en un café de la calle Gotuzzo en el centro de Santiago. No debe haber sido casual que el lugar donde transcurrió la entrevista estuviera a pasos de La Moneda y tampoco que viniera de un trabajo de doblaje para la súper producción hollywodense que relata el episodio de los mineros atrapados de la mina San José. La intención de hablar con Goic era para adentrarnos en el cuerpo del actor, sin embargo, las reflexiones se conectaron con un relato más contingente incluso que el teatro, que es la historia política y social de Chile.
“El teatro es un espacio donde el cuerpo es plenamente libre y está en acción, gasta su energía en un ejercicio de libertad y creación humana. Es una dimensión para la plenitud, para la creación de belleza y de reflexión moral”. Goic hace un esfuerzo permanente por ser fiel a esa definición de su profesión, donde el cuerpo es lo esencial, “podemos prescindir de todo en la producción teatral salvo del cuerpo del actor”. El artista señala que hay una “micropolítica corporal” que ayuda a comprender mejor lo que ocurre en el actor y que plantea que, frente a un texto teatral asimilado con profundidad, el cuerpo despliega con fuerzas las emociones y “es implacable en activar reacciones químicas, musculares, fisiológicas” a favor de la expresión dramática. Hay simulación en la actuación pero no mentira. “…una emoción que te pincha y actúa como insumo y que es traducido materialmente en lenguaje corporal. Es algo curioso lo que pasa…”. Goic no deja de sorprenderse de las cosas que comenta y aprovecha las pausas para aspirar su cigarrillo, como si el acto de echar humo lo conectara con la profundidad y precisión que necesita para expresar con justeza lo que quiere decir.
Escuchar a Goic es un deleite, no sólo por la libertad que tiene para asumir cada pregunta, sino sobre todo por la pasión que coloca en cada respuesta. Hay una coherencia entre palabras y expresividad, entre gestos y emociones. Es lo corporal entregado sin límites a la subjetividad, son las ideas y emociones traducidas con una fidelidad absoluta. Hay momentos en que Goic se emociona, como cuando comenta que lo afectó hace muy poco escuchar a Serrat decir que ya no tiene confianza en la humanidad. Rememora corporalmente ese momento y su cuerpo se inflama de altruismo y veo como Goic flota, para luego caer en sus ojos llenos de lágrimas. Goic vive su cuerpo en estado presente, conectado, colocando lo corporal como la máxima expresión de lo humano. Garabatos deletreados de forma telegráfica y gesticulados con rostro y manos, no dejan indiferente a nadie en el café de Gotuzzo y expresan con nitidez aquellas cosas que lo provocan. Modula cada letra como si las estuviera masticando y sus cejas se vuelven cuchillos que cortan el aire, el humo y la respiración. No soporta la explotación y quizá por eso trabaja en una profesión que el mismo definió como un “ejercicio de libertad”. Por eso es enfático en denunciar las formas en que hoy el sistema económico sigue funcionando gracias a que existen cuerpos de trabajadores muchas veces humillados y explotados. Es una categoría de análisis provocadora, que según él muchas veces no se considera y agrega que cada vez que va al supermercado con uno de sus hijos, les recuerda que detrás de los productos comprados hay trabajo humano, hay condiciones de trabajo y también explotación. “Lo corporal para el tipo de capitalismo extremo que vivimos es negado y ocultado. Ha desaparecido del punto de vista del relato, eso que es el instrumento de la dominación de la naturaleza y de reproducción de la vida social, no existe bajo el neoliberalismo, porque el cuerpo se volvió una mercancía que sólo existe para ser explotada o mutilada en accidentes de trabajo”.
CUERPO Y TORTURA
Goic reconoce claramente una pequeña biografía corporal enfocada como actor hacia un estado de dominio de su cuerpo en la escena. Cree que la pérdida de miedo es clave para el abandono de la autocensura. Trae a colación a propósito de lo anterior, el montaje de la obra Hojas de Parra, de la obra del antipoeta chileno, que se montó en una carpa de circo en 1978. “Había que tener cojones en esa época para montar una obra en la que se iban clavando cruces en los pasillos, mientras se tiraba tinta roja que aludía a sangre. La gente trataba de irse y no podía por las cruces”. Enfrentar el miedo es central para la relación con el cuerpo, no sólo para el actor. Goic ve mucho miedo aún en Chile, en la actuación también y destaca que observa algo distinto en artistas callejeros, donde hay mayor libertad en lo corporal. “Hay sabiduría atávica en el cuerpo y tiene que ver simplemente con lo lúdico, con las primeras formas del lenguaje. Por eso a mi me gusta mucho bailar y como me salga, siento una sensación de liberación y de belleza profunda” (me imagino que Goic se pone de pie y corre por el pasaje Bombero Salas hacia La Moneda en busca de la estatua de Allende y comienza a bailar…).
Goic estuvo detenido durante la dictadura de Pinochet. Sin preguntarle, asoma un tema difícil de su biografía corporal. Cambia de postura y asume un acomodo distinto en los asientos metálicos el café. Intuyo que viene algo que lo afecta. Aspira su cigarrillo con fuerza, como intentando que el humo purifique sus órganos interiores, las heridas, las huellas del maltrato. “La tortura tiene memoria en el cuerpo y eso se impone a la consciencia de manera absoluta. Me encontré hace unos años en la fi la de un banco con uno de mis torturadores, lo identifiqué sin ninguna duda porque él jugaba ruleta rusa conmigo. Lo miré y él parece reconocerme. En un momento lo dejé de mirar y desapareció. No pude moverme más y la gente trató de ayudarme, estaba paralizado. Ahí comprendí el dominio profundo que el torturador tenía sobre mi o como la tortura dejó huellas profundas en mi vida”. Me despedí de Goic con un abrazo, como entrevistado fue muy generoso y se abrió más allá de lo que la prudencia periodística impone. No hay nada más gratificante para un entrevistador que ver que su interlocutor se transforma con las preguntas al punto que su cuerpo trasmuta entusiasmo. Me despedí de Goic y permanecí sentado observándolo, me pareció que con disimulo, iba haciendo unos pasos de baile…
Publicado en RHM 83.