Por: Carlos Gómez, académico y director del magíster de RH (FAE/USACH)
La segunda semana de enero el Senado aprobó el proyecto de ley que reduce la jornada laboral a 40 horas semanales, esto abre la esperanza de mejoras en la vida laboral de las personas, en la salud de los trabajadores y en la relación trabajo-vida familiar. Ya en octubre de 2022, cuando la Comisión de Trabajo y Previsión Social del Senado aprobó en forma unánime la norma, se señaló la importancia de compatibilizar la vida laboral y familiar, que esta reforma deberá traer una mejora en la calidad de vida de las personas. Todo esto en el marco de lo que la ministra del Trabajo, Jeannette Jara, indicó como “un paso fundamental en la modernización de las relaciones laborales”. Los legisladores han considerado necesario modificar la realidad de los trabajadores y seguir los pasos de otros países de la OCDE, donde afirman, se tienen rendimientos productivos altos y una jornada de trabajo reducida, como es el caso de Holanda, Dinamarca, Alemania, Suiza y Suecia con 29, 33, 35, 35 y 36 horas respectivamente.
Cualquier estudio histórico y etnográfico, medianamente serio, mostrará que con la emergencia del capitalismo las horas dedicadas a la producción de bienes y servicios para su comercialización aumentó exponencialmente. Antes del capitalismo, el ritmo de la vida era lento, pausado y el trabajo era relajado. Nuestros antepasados pueden no haber sido ricos, pero tenían una gran cantidad de tiempo para el ocio. Además, contaban con un buen número de pausas durante sus jornadas laborales. El Obispo de Durham en 1570 decía que “el hombre trabajador descansará mucho por la mañana; se pasa una buena parte del día antes de que venga a su trabajo; entonces debe desayunar, aunque no se lo haya ganado. Al mediodía debe tener su hora de dormir, luego su beber por la tarde y cuando llega su hora de la noche, arroja sus herramientas y abandona su trabajo”.
Por otro lado, cada vez es más evidente que para satisfacer las necesidades de la población a nivel de las expectativas medias, no se requiere el actual nivel de desperdicio de bienes. Se requiere una teoría adecuada de la distribución que permita sostener políticas públicas que provoquen más equidad en el acceso a los bienes y servicios requeridos. Una estimación del siglo XIII revelaba que familias campesinas enteras no dedicaban más de 150 días al año a sus tierras. Los registros señoriales de la Inglaterra del siglo XIV indican un año laboral extremadamente corto, de 175 días, para los trabajadores serviles. Y los mineros solo habrían trabajado 180 días en el período comprendido entre los años 1400 y 1600.
Reducir las jornadas laborales son una aspiración legítima, pero su implementación es muy compleja. En nuestra realidad local provinciana hay muchas resistencias basadas en prejuicios y falta de flexibilidad. Seguir haciendo más de lo mismo es más fácil. También debe considerarse que, dado los niveles salariales y la propaganda operacional, las reducciones de jornada no necesariamente significarán para todos los casos una disminución de las horas productivas directas. Desde la crisis de 1980 se instaló y naturalizó el tener dos o más empleos.
Tal como lo señalan los acuerdos parlamentarios, se debe iniciar pronto la reducción de jornadas laborales. Según algunos estudios, la reducción de 48 a 45 ha tomado entre 3 y 5 años su implementación. Se espera que la reducción a 40 horas tomará al menos unos 5 años. La reducción de la primera hora será en marzo de 2024 llegando a 44 horas, luego, en marzo de 2026 se llegará a 42 horas y en marzo de 2028 a las 40 horas. Se estima que este plazo es más que suficiente para que las empresas se adapten y así evitar efectos no deseados. Es una idea y propuesta interesante pero cuya implementación es compleja en algunos sectores como salud y la minería, porque involucra modificar muchas leyes que se articulan en una madeja difícil de entender y desarmar. Mientras que en algunos sectores de la economía este cambio debería producir grandes beneficios inmediatos.
Desde otro ángulo, sin duda alguna este cambio reducirá los indicadores de las muertes por causas laborales, como lo señalan la OMS y la OIT, según un estudio publicado el 17 de mayo del 2021, trabajar 55 horas o más a la semana se asocia con un aumento del 35 por ciento del riesgo de un accidente cerebrovascular (AVC) y del 17 por ciento de morir de una cardiopatía isquémica, comparado con una persona que trabaja entre 35 a 40 horas semanales.
En la medida que avance su implementación, a partir del mes de marzo de 2023, debería notar una mejora de la calidad de vida laboral en el país, vinculado a una mejora sostenible de las condiciones de vida, espiritual y material, lo que impactará directamente en la búsqueda efectiva del bien común, Deberían los indicadores empezar a señalar la reducción paulatina de la presencia de trabajo precarizado.
Pero este cambio es solo una puerta que se abre, y que deberá ser acompañada de otros cambios armónicos para que las expectativas y esperanzas se materialicen en el mediano plazo.